Ey, canción! Crítica
“Ey, canción / te estuve buscando en cada estación de radio/ porque quiero esa emoción/ que tuve al escucharte ayer (...) Ey, canción/ sabes tanto de mi situación/ en cuantos pedazos mi corazón/ se encuentra hoy” Las estrofas de Ey, canción, tercer track del disco El podador primaveral de Franny Glass, son muy elocuentes acerca de esa sensación de conexión directa entre algunos versos sostenidos por una melodía y nuestra subjetividad en situaciones puntuales. Esa situación inefable a veces es llamada “experiencia estética”. No sabemos cómo, ni por qué, pero hay momentos en que una canción pareciera interpretar nuestras emociones, canalizar sentimientos entreverados, ordenarlos, y hacer que en los minutos que dura experimentemos una conexión con otra subjetividad que nos alivia de alguna otra desconexión. En esos casos no podemos dejar de escuchar esa melodía, y la buscamos para obturar cada silencio que nos grita nuestro estado. A este tipo de situaciones, de subjetividades en soledad que son capaces de conectar con una melodía pero no con quien está al lado, nos recordó constantemente la obra Una canción de amor idiota, de la compañía La Carnicerì. La conexión de la obra con un determinado tipo de canciones viene desde el título, pasa por canciones (entre otras de Franny Glass) que se integran al espectáculo, y culmina con que el protagonista del espectáculo, Alberto, justamente es un cantautor que está trancado buscando algunas palabras para terminar de escribir una canción que habla de un amor idiota, un amor del mundo de Disney quizá, un amor quebrado. Alberto está del otro lado de la experiencia de quien busca esa melodía para escucharla una y otra vez, está buscando crear esa melodía, una melodía con que terminará él mismo de interpretar una situación que plasmará en una canción. Pero ese creador no es un ser solitario al que mágicamente le baja la inspiración, su subjetividad se nutre de su entorno, de su vida material, por menos “romántico” que esto parezca. Y parte de ese espacio-tiempo material en el que Alberto está inserto es el que La Carnicerì ha decidido recortar y ofrecernos como experiencia teatral. Generación 85 Alberto es un joven treintañero sin trabajo, mantenido por su madre, con una novia que exige lo que él nunca ofreció, y amigas o vecinas con tendencia a invadir su espacio. Si es una decisión intencional o está determinado por el elenco que empezó a trabajar en la obra no lo sabemos, pero lo cierto es que estamos ante un hombre joven tironeado por cuatro mujeres, su madre (que nunca aparece pero está muy presente), su novia, una amiga y una vecina, sin posicionarse de forma clara ante ese tironeo. Y este hombre es un artista, no particularmente inseguro acerca de su actividad, pero sí inestable respecto a la realidad material, con menos certezas que su novia acerca de cómo se debe vivir en pareja por ejemplo. Uno de los aspectos más interesantes de la obra es que no sabemos mucho de los personajes, solo sabemos cómo se vinculan entre sí. El colectivo que creó este espectáculo ha tomado la saludable decisión de no explicar a sus criaturas, estas están allí, disputan un espacio, un amigo, un novio, pero no queda claro quienes son, de donde vienen, cual es su expectativa más allá de un concierto programado para la semana siguiente o compartir un espacio. Este aspecto “inacabado” contribuye a hacer más intensa la experiencia de estar ante un recorte de realidad. Por otro lado, los cuatro personajes de Una canción de amor idiota nos son cercanos, pero no tanto por lo que hacen, o por los lugares reconocibles que mencionan, sino por cómo se manifiestan, por sus gestos, por su forma de mirar, de caminar, de vestir y fundamentalmente por su habla. El habla de los personajes de esta obra parece extraída directamente de la vida que transcurre afuera de la sala, no solo por las palabras y los tonos, más o menos barriales, chetos o planchas, sino por diálogos y parlamentos entrecortados, titubeantes, que parecen buscar la palabra precisa y dudan mientras tanto, algo absolutamente ajeno al habla teatral por más realista que quiera ser. El autor ha muerto, nace el actor Cuando uno busca en el programa de mano de la obra nunca encuentra al autor, y es que éste, entendido como un creador que escribe un texto para ser representado, no existe en Una canción de amor idiota. Pero si no hay texto, esta obra no deja de apostar a la palabra, a que el espectador conecte de forma auditiva lo que oye en el escenario con lo que oye afuera, en la calle. No hay texto previo, pero hay una oralidad que uno supone que en un proceso de ensayos fue construyendo algo que ahora sí se podría escribir. Sin embargo ningún texto, previo o posterior, podría contener la potencia de la actuación que es lo que hace que Una canción de amor idiota sea una experiencia viva, capaz de conectar con el espectador de forma directa, como una de esas canciones que hablábamos al principio. La Carnicerì en esta obra apuesta a una forma de creación que recuerda las palabras de Jorge Dubatti sobre el trabajo de Ricardo Bartís, para quien: “el teatro es una experiencia efímera (...) que acontece en los cuerpos de los actores, en el convivio y el encuentro de presencias (...) El teatro no preexiste ni trasciende a los cuerpos en el escenario”. El propio Bartís agrega: “Lo más importante que pasa ahí [en el escenario] es la fuerza y la energía con que se actúa ese texto, pero la actuación no podrá estar nunca dentro del texto, nunca podrá estar esa energía, esa decisión, esa voluntad de existencia que yo busco cuando dirijo un espectáculo”. La Carnicerì apuesta a esa energía para rastrear una sensibilidad generacional (dentro de un determinado sector social) muy reconocible, para indagar, desde la actuación misma, sobre sí mismos, sobre su experiencia vital, sobre su forma de vincularse. Esa experiencia estética efímera, como la de conectar con una canción que interpreta exactamente nuestros sentimientos, se ofrece por pocas funciones más en el Espacio Cultural Las Bóvedas. No se la pierdan. Una canción de amor idiota. Dirección: Ramiro Pallares. Asistencia de dirección: Florencia Salvetto. Elenco: Pablo Musetti, María Eugenia Pirotto, Carolina Rebollosa, Gabriela Pérez. Diseño de vestuario, escenografía y luces: Tatiana Keidanski, Magdalena Charlo, Jimena Ríos. Funciones: miércoles y jueves 21:00. Anexo Espacio Cultural Las Bóvedas (Pasaje 25 de Agosto 575, esquina Ituzaingo). Entradas: $ 250. Reservas: lacarniceri@gmail.com o llamando al 098 745 227.